lunes, 9 de junio de 2014

Caso Ciccone: Del ideal zonzo de un país sin corruptos al beneplácito por la justicia en acción


La situación del vicepresidente vuelve a generar posturas “a favor” y “en contra” que impiden visualizar el trasfondo del hecho: Un fiscal que investiga, un juez que procesa dicho trabajo y un Poder Judicial que goza de vida como para demostrar su independencia.

Pensar a una sociedad sin corrupción es imaginar un día sin noche. Aunque pocas, las horas nocturnas son inevitables. Querer que eso no suceda, que la luz solar domine sin pausa implicaría modificar la forma y el recorrido de la Tierra, algo que, a las claras, es imposible.

Querer “enderezar” a la política moralmente también es pretender esa titánica e idealista pretensión de que todo vaya como un quiere; en el caso de la política sería lograr que la corrupción no exista en ninguno de sus rincones.

Más bien habría que pensar a la política como una acción social perfectible, recostada en prácticas sociales que le sirve de continente para su desarrollo.

Para pasar en limpio el concepto: a una sociedad c0n rasgos notables de corrupción corresponde una práctica política de características similares.

Con esta perspectiva, la noción de políticos buenos vs. políticos malos remite sin más a una mirada simplista de la dinámica política al interior de los partidos y de los gobiernos.

Si Ud. cree que hay un partido que no guarda ninguna relación con prácticas corruptas, lo invito a que, como propone Descartes, piense y luego exista; le sugeriría, entonces: “Dude, luego confíe”. En todo caso puede haber partidos con más o menos niveles de corrupción.

Esta noción de buenos y malos en la política quedó desbaratada hace no mucho tiempo atrás; una paradoja contemporánea que vivimos los argentinos fue la de la Alianza (1999-2001) cuando un proceso llegado al poder como emancipador de prácticas corruptas vertebradas por el peronismo en su variante neoliberal (llámese menemismo) terminó derrapando envuelto en un verdadero escándalo por sobornos en el Senado.

Volviendo al plano social, la idea de la “fiesta permanente” o de “sociedad-feliz-sin-problemas” nos lleva a una idealización de la vida que rápidamente se frustra ante el menor inconveniente. Lo mismo podemos decir para la práctica política.

Imaginar una sociedad sin criminales es también una ilusión peligrosa.

En todo caso, la historia de la humanidad no se explica por su criminales más notables sino en cómo se reparan sus delitos, si es que lo hace.

Ante el caso Ciccone, la acción de la Justicia investigando a un altísimo funcionario de la República no puede más que darnos algunas certezas de que nuestro sistema punitivo funciona e intenta sortear los obstáculos que el poder político cruza en su camino.

El ideal de un gobierno no es el que no tiene corruptos en su seno, sino en aquel que, ante las sospechas contra algunos de sus engranajes, acepta que se lo investigue y hasta decide reemplazarlo. No parece ser este el caso; más bien lo contrario.

Por eso, que la Justicia se anime al poder político con una causa como la de Ciccone es más que valorable y necesario: Que la Justicia esté de pie avanzando con una investigación de esta talla entusiasma en el desafío de alcanzar en pleno el concepto de independencia de los poderes de nuestra República.

Ante el “Boudougate”, más que llorar, habría que rogar que haya justicia en toda su dimensión, más allá de la condena o la absolución.

Que queramos a Boudou absuelto o tras las rejas es más una cuestión ideológica o política que democrática.

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