jueves, 2 de septiembre de 2010

Progresismos presentes, derechas ausentes


Les propongo un viaje por un concepto que muchos de ustedes utilizan más que diariamente.

Es el concepto de progreso, o mejor dicho, es el progresismo como ideología que valora el progreso.
  
Progreso responde a varias concepciones históricas del término.

El positivismo adscribía al progreso pero a un progreso natural, atado a condiciones biológicas deterministas de una sociedad que debía evolucionar hacia una dirección determinada, porque el rumbo ya estaba determinado.

Según Auguste Comte, la sociedad debía pasar del estado teológico al metafísico y como estadío final el científico o positivo.

Toda una definición del positivismo sobre el progresismo que hizo carne en países como Brasil, en donde su bandera refleja aquello de “En Orden y Progreso”.

Quienes conocen el legado intelecual de Domingo Sarmiento entenderán esta manera de “progresar”.


Ahora bien, en estos tiempos que corren en la Argentina hablamos de progreso cuando hablamos de esa concepción que tiene la “progresia” de la política y la economía con una moderada inclinación hacia las izquierdas ideológicas.

Para muchos es una postura tibia, intrascendente, carente de efecto en los cambios sociales requeridos para lograr modificaciones en los estratos sociales de un grupo humano.

Al menos eso piensan los que militan en los partidos de izquierda mientras que quienes profesan posturas conservadoras tildan al progresista de “hipócrita” porque milita en la necesidad de un campo social pero para luego sostener un estilo de vida burguesa.

Pero, por ahora, nuestro breve desafío está en analizar qué piensa esa progresía.


El progresismo suele vivir con culpa católica el hecho de estar dentro del sistema en contrapunto con aquellos que están afuera, aquellos que son marginales sociales.

La progresía se lamenta de los más necesitados y no sabe si dar o no una moneda.

Es que sabe perfectamente que ese metal acuñado probablemente no cambiará la vida de eso otro.

En todo caso comprende bien claro que el cambio vendrá por una reestructuración social que incorpore a ese individuo desclasado.

Probablemente esa progresía haga tarea social para estar cerca de ese “otro”, pero vuelve luego a su lugar social que lo recibe con halagos

Pero por lo menos, el progresismo no obvia las necesidades de su entorno.


Ya se que no le hice un gran favor al progresismo pero al menos lo mostramos en algunas de sus concepciones ideológicas más notorias.

En cambio, lo bueno que podríamos decir de él es que concibe al crecimiento personal como un crecimiento colectivo de la sociedad en donde es necesario que los que más ganan no estén extremadamente lejanos de quienes menos perciben.

Es una mirada no hacia atrás o hacia adelante sino hacia los costados: más que preocuparse por avanzar en el camino el progresismo promueve que la ruta sea más ancha para que más personas puedan sumarse al camino

Pero en definitiva, lo que hay que dejar de manifiesto es que más que juzgar al progresismo en la Argentina el problema es la ausencia de una expresión político ideológica que compita con esta concepción ideológica: es decir una estructuración partidaria hacia la derecha que conciba a la sociedad mucho más estática, menos impredecible y más ordenada.

Muchos lo piensa, pero pocos se atreven a reconocerlo.

El riesgo de la ausencia de una alternativa de la derecha política argentina es que, en campaña, todos parecen progresistas: como cuando la Alianza prometía llevar grandes mejoras a la sociedad mientras sostenía un modelo económico neoliberal heredado del menemato o cuando Francisco de Narváez exhortaba a los empresarios en plena crisis de 2009 para que NO echen empleados para no agravar la crisis económica que finalmente sorteó el país.

Eso es gatopardismo y habrá que acostumbrarse a él cada vez que dirigentes claramente recostados en ideologías conservadores prometan lo que no piensa, y terminen haciendo en el poder lo que no prometieron en pleno proselitismo.

No hay comentarios.: